lunes, 28 de diciembre de 2015

Su marido moro

 Cuando vivía en Túnez era feliz. Por eso echaba de menos la isla de Yerba donde tenía una casa al lado de una playa con palmeras. Amelia recordaba sus naranjos con aquellas naranjas que se deshacían en zumo. Todos los días le llevaba un zumo recién exprimido a su marido moro. Él sonreía y bebía.

 ¿Qué habría sido de su marido? La última vez que lo vio estaba paseando por el arenal próximo a su casa con su cuarta esposa, una joven tan callada como él. Era rusa y muy guapa. Amelia les había deseado suerte.

 -Tendrás que seguir tú solo con la tienda de cerámica vidriada.
 -Voy a vender joyas. Los turistas las prefieren a los cacharros.
 -Tal vez deberías abrir un restaurante de tapas.
 -Mi rusa no sabe cocinar y no quiero quedar mal con los clientes.

 Amelia se fue. Su etapa tunecina había acabado. Ella no valía para compartir a su marido con una rusa que jugaba al tenis y mascaba chicle de fresa.

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