Marco y el capitán en la Isla de las Patas de Conejo

Ni comida, ni mucha agua, ni ropa de abrigo. Nunca había sido tan pobre sintiéndose en medio de la abundancia en aquella isla perdida en el Atlántico. Marco, que no era Marco Polo, empezó a rezar apoyado en el tronco de un árbol cuya especie no reconocía. Si hubiera huevos..., pensó mirando para lo alto de la copa donde un nido se ofrecía como meta.

Marco empezó a trepar hasta alcanzar el nido y ver en su interior unas patas de conejo. Recordó que había comido conejo asado la noche del naufragio. Por eso no le sorprendió ver al capitán sentado en otra rama del árbol.

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El fallecimiento de Francisquito

Su hijo había muerto. Se lo dijo una enfermera tras darle el pésame. Carmen quiso creer que era una broma. Pero todo el mundo en la residencia le daba el pésame por el trágico fallecimiento de Francisquito.

No podía ser cierto, pensaba. Su hijo estaría con el barco por esos mundos de Dios. Nunca la llamaba. Francisquito odiaba los teléfonos. Era un hombre que vivía alejado de los progresos de la humanidad.

Carmen intentó ponerse en contacto con él escribiendo una carta a la última empresa donde había trabajado su hijo. Le contestaron, muy amablemente, diciendo que don Francisco había acabado con su vida bebiendo un vaso de vino de cartón caducado mezclado con tres cajas de pastillas Paracetamol.

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Vuelta al cole con Minnie Mouse

Su hijo era agresivo. Con un añito le tiraba del pelo hasta arrancarle mechones de melena. Se empezó a asustar cuando vio que el niño tiraba de todas las melenas que se ponían a su alcance, sin importarle que fuera la larga cabellera de su compañera en la escuela infantil o el peinado de peluquería de la profesora.

Por eso no se alarmó cuando su mejor amiga le dijo que el niño estaba dándole patadas al perro. Entraba dentro de su normalidad. Lo que no entraba dentro de ninguna normalidad era que el perro no ladrara.

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