Cuando se ausentaba de casa su madre los dejaba entrar en la cocina. Con sus bocas abiertas olían la olla donde se cocía el guiso de corazones tiernos. Abría la puerta del horno de la cocina de gas butano para que vieran el cordero dorándose a fuego lento y, cuando el horror se pintaba más intenso en sus caritas, les enseñaba la gallina que estaba preparada para cocinar en un plato cuya receta sólo sabía ella, la abuela. Después los echaba de la cocina. Marchaban llorando y prometían no volver a jugar con los animales de la granja. Siempre acababan muertos. Sólo se salvaban ellos: los perros de mamá.
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A mis hijas le regalaron por Reyes un par de plumas de la Colección Meisterstück de Montblanc unos amigos nuestros y fue todo un acierto, no por lo que les gustaron a las niñas sino por lo mucho que me gustaron a mí. tiendacoruna.blogspot.com |