miércoles, 11 de marzo de 2015

Las cosas del abuelo

 Pintando aquellos extraños bisontes mi abuelo cayó al pozo. Fue un escándalo que todavía recuerdan los más viejos del lugar. Han pasado muchos años, pero nadie ha olvidado las sirenas de los bomberos rompiendo la tranquilidad del pueblo y como dos robustos caballeros vestidos con trajes negros y cascos sacaban a mi abuelo de las profundidades del pozo. Estos días el pozo ha vuelto a abrirse. El Gobierno dice que hay petróleo. Miro como trabajan los obreros y no puedo evitar reírme cuando en un cubo suben un trozo de piedra con el dibujo de un bisonte. Es un yacimiento arqueológico, dice el ingeniero. 

viernes, 6 de marzo de 2015

Un chico valiente

 Está decidido a demostrarle que es valiente. Esta vez nadie se reirá de su cara amoratada por los golpes recibidos por sus compañeros de clase. Ana se sentirá orgullosa de él. No lo piensa más. Desde la primera fila del circo salta al recinto cerrado y se encamina a la jaula de los leones. Un grito le resuena en los oídos. Cuando la leona abre las fauces ve como su madre se desmaya entre el público que empieza a aplaudir.

Depresión

 Estaba solo. Su esposa se había ido con sus amigas a un viaje por a India. Sus hijos nunca venían a verlo. Sus nietos tampoco. Don Jaime nunca les daba nada y ellos querían dinero. Se sintió ahogar en aquella estancia llena de fotografías familiares. Era la depresión. La maldita depresión lo atacaba tanto como el olor a limón artificial que había dejado en el suelo la asistenta cuando salió del salón arrastrando la fregona por el suelo.

La vecina consolable

 La psicóloga calmaba a la vecina que se había asomado cuando el coche del vecino del quinto se empotró contra el autobús escolar. La mujer lloraba y miraba al policía que acordonaba la zona para que los curiosos no se acercaran demasiado a la escena del accidente. Pensó que era igualito a su primer novio, aquel adolescente que le robó el primer beso en el portal del viejo edificio donde vivía con sus padres cuando tenía quince años.

 -Ahora sigo -le dijo a la psicóloga.
 -¿Cómo dice? 
 -Que ahora sigo llorando. Usted espere. Tengo que preguntarle a este buen mozo si es hijo de mi Heriberto.

 La vecina que había presenciado como cuatro niños habían sido arrollados por el vecino del quinto se acercó al policía y le preguntó por su padre.

El viejo de la corbata gris

 El viejo de la corbata gris se hizo el nudo mirando su cara arrugada en el espejo del armario ropero. Había cumplido ochenta años y se le notaban los ochenta abriles en cada arruga que surcaba su rostro. Hoy volvería al parque, andaría entre los niños que se columpiaban, espiaría a las madres que daban el pecho a los bebés, se apartaría de las abuelas que olían a colonia barata. El viejo de la corbata gris le daría limosna a los pobres que pedían en la entrada del parque privado de la urbanización. Era su manera de hacerse perdonar todos sus pecados.

El niño rico

 Nunca lo sacaban a la calle porque su madre temía que los niños del parque le contagiarán alguna enfermedad peor que el sarampión que lo había tenido postrado en la cama durante un mes. De vez en cuando, se le acercaba la cocinera con un plato de pastas de té y le daba una antes de llevárselas a su madre. El niño la aceptaba con una sonrisa. Su madre nunca contaba las pastas. Pensaba que comía las seis que siempre le decía a la cocinera que le llevara a la cama.