Su sueño estaba roto. Ponía punto final a su carrera de empresario bajando la persiana de su pequeño negocio por última vez. Sus números eran números de un perdedor.
Su mujer, en cambio, triunfaba vendiendo joyas puerta a puerta. Cada día ganaba más. La vio cruzando la calle rodeada por un grupo de turistas rusos. Eladia movía las manos para explicar un parloteo que sus potenciales compradores no comprendían.
-Oro de cien quilates -decía, y le ponía una pulsera a una vieja gorda.
-¡Cómo pesa! -murmuraba la mujer.
-Mucho oro -explicaba Eladia.
Paco se sintió ridículo. Su esposa estaba vendiendo hierro pintado por oro. Peor se sintió cuando, en casa, le tuvo que explicar el fracaso de su tienda de muebles.
-No vendí ni una silla.
-¿Cómo ibas a vender si le decías a la gente que tus muebles no duraban más de siete años?
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Yolanda Smith
Escritora Anónima