Escuchar vidas ajenas era lo suyo. Lo mejor era que podía hacerlo desde la cama. Se dió la vuelta, alcanzó el móvil que había dejado sobre la mesilla de noche y lo encendió. Tenía que conectarse con la central de escuchas.
A los dos minutos sonó un pitido. Todo perfecto. El programa informático le pasó una conversación entre dos adolescentes chico y chico. Hablaban de drogas. Uno quería que el otro vendiera chocolate. El otro joven terminó aceptando. Ya tenía trabajo.
Alicia anotó los números de teléfono. Hacienda cobraría una buena multa.
Yolanda Smith
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SÁBANAS BAJERAS DE DISTINTOS TAMAÑOS
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