domingo, 5 de enero de 2020

Borrachera de anís

​ El anís fue culpable. Tiritaba. Pasó toda la mañana tiritando. Don Anselmo miraba su cara sin afeitar en el espejo del tocador de su esposa. Seguía colorado. Menos mal que la esposa dormía. Doña Anita nunca entendía al marido. No le cabía en la cabeza que don Anselmo bebiera en la cofradía de la Virgen de las Angustias.

 Don Anselmo regresó a la cama. Entre la Virgen de las Angustias y su esposa acabaría muerto. Seguía tiritando. Se abrazó a la almohada, angustiado, avergonzado, deprimido. Era un mal marido, un mal padre, un mal abuelo, un peor suegro. Se lo había dicho su nuera, la otra Anita, la mujer que abandonó a Anselmito y se fue con el preso que había liberado la Cofradía. Lloró un poco. Su esposa despertó.

 -¡Otra vez borracho!
 -Perdona, Anita.
 -No llores, cabrón.

 Su Anita levantó de la cama sus noventa kilos. Don Anselmo quedó dormido cuando escuchó el ruido del aspirador por el suelo del pasillo.

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