Tenía ante sí a Caperucita. La miró de cerca y casi grita al ver la merienda de chocolates en un cesto de mimbre.
-¿Te has perdido? -le preguntó la niña.
-Casi, pero tú sigue, que yo soy el lobo y como niñas.
-¿Quieres un chocolate?
-No, hija mía.
-¿Y una galleta?
-No es lo mío.
-Llevo turrón de guindas.
-Mejor no insistas.
Caperucita se fue con su cestito. La siguió hasta la casa de la abuelita. Entonces vio a su amigo: un lobo abuelo que no comía niñas.
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