Su abrazo era tan fuerte como las rocas del acantilado. Tenía miedo. El desierto siempre la había puesto de los nervios. Se miraron y callaron. La noche empezaba a caer. ¿Dormirían juntos? Ana lo deseaba. Quedaban sólo cinco días para su ingreso en prisión.
-Tranquila -susurró él a su oído, como si hubiera leído sus pensamientos-. Los niños están a salvo con mi madre.
Ana asintió. Sus cuatro hijos adoraban a su abuela paterna. Sería ella la que les dijera que una sentencia del Tribunal Supremo había condenado a sus padres por robo a mano armada en el banco que les había quitado el piso.
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