El viejo de la corbata gris se hizo el nudo mirando su cara arrugada en el espejo del armario ropero. Había cumplido ochenta años y se le notaban los ochenta abriles en cada arruga que surcaba su rostro. Hoy volvería al parque, andaría entre los niños que se columpiaban, espiaría a las madres que daban el pecho a los bebés, se apartaría de las abuelas que olían a colonia barata. El viejo de la corbata gris le daría limosna a los pobres que pedían en la entrada del parque privado de la urbanización. Era su manera de hacerse perdonar todos sus pecados.
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