Estaba solo. Su esposa se había ido con sus amigas a un viaje por a India. Sus hijos nunca venían a verlo. Sus nietos tampoco. Don Jaime nunca les daba nada y ellos querían dinero. Se sintió ahogar en aquella estancia llena de fotografías familiares. Era la depresión. La maldita depresión lo atacaba tanto como el olor a limón artificial que había dejado en el suelo la asistenta cuando salió del salón arrastrando la fregona por el suelo.
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